Sociedad

Tarija: María, la madre que espera el bono en Tarija: “Todos tenemos hambre”

Esta madre soltera solo cocina sopa para sus dos hijos, pues sin trabajo desde hace seis meses comer carne es un lujo. Adeuda siete meses de alquiler y lamenta que ni el Gobierno ni la sociedad entiendan la pobreza

 

María no es de las madres que va a marchar a la plaza principal pidiendo que se le pague un bono, pues esas horas del día determinan si tendrá qué comer junto a sus dos hijos. Atareada desde las cinco de la mañana, pica algunas verduras, mientras su olla de sopa hierve esperando con suerte un pedazo de carne. Sin trabajo y dependiendo de sus fuerzas y “de Dios” se lanza día a día a tocar puertas, esperando que alguien la contrate para lavar ropa, limpiar, hacer jardinería o finalmente lo que sea necesario, pues como dice ella después de la pandemia “todos tenemos hambre”.

Un sufijo acompaña desde hace años a su rol de madre: “soltera”. Sus hijos, de 10 y 14 años, solo conocieron a su padre un corto tiempo, pues Veimar perdió la vida en un accidente de tránsito. Con un bebé de un año y meses y otro menor en brazos, ella tuvo que pensar en cómo haría para obtener dinero. “No sabía hacer nada, en El Puente cuidaba ovejitas, cocinaba, lavaba y cuidaba a mis hermanitos, solo aprendí a leer y ya no he ido más a la escuela” cuenta.

De esa forma, ya viviendo en la ciudad tuvo que convertirse en trabajadora del hogar, mintió a su patrona diciendo que no tenía hijos, pues de otro modo no la contratarían. Ella cuidaba pequeños de seis de la mañana hasta las siete de la noche y después de ello casi salía corriendo pues de Las Panosas a Morros Blancos la distancia a pie era considerable.

“Llegaba a la casa de mi suegra sudando, siempre mi wawa más chiquita estaba lloraba, tenía hambre. Yo todas las noches me sacaba leche, porque no teníamos para comprar, ese poquito le tenía que alcanzar para todo el día, algunas veces manzanillita o agüita también le daba mi suegra”.

La vida de María no terminaba llegando a su casa, pues una vez dormidos sus hijos debía lavar las franelas sucias, ya que los dos niños no usaban pañal y tenían ropa contada para ponerse, debía pelar papas, poner a hervir el mote y de paso arreglar sus ojotas que de tanto caminar tenían remiendos en todas partes.

No sabía que era “darse gustos”, sus hijos en cumpleaños no recibían una “torta normal”, solo un queque con crema batida de huevo encima y un vasito de leche, pues 400 bolivianos debían alcanzar para su suegra, sus hijos y ella.

Los años pasaron y la madre de su esposo murió, poco tiempo tardaron sus cuñados en llegar y en reclamar por el lote y el único cuartito que se había construido allí. “Nos sacaron como a perros, ellos vendieron el lote, y me dijeron la parte del Veimar te vamos a dar, aunque él tiene poco porque es el menor”.

Fueron como 400 dólares que recibió un lunes, ella que escuchaba hablar a su patrona siempre “del banco”, le pidió que le ayudara a guardar ese dinero ahí. Se prometió a sí misma no usarlo pase lo que pase, pues era de sus hijos y en un futuro les serviría para su educación.

Un día a sus manos llegó un volante, unas monjas del convento Tercera Orden daban clases de costura en máquina por la tarde. Con miedo pidió permiso en su trabajo y dudando se dirigió al lugar.

Pocos son los “recuerdos lindos que tiene”, no tuvo una infancia buena, ni los recursos para disfrutar de una comida especial o un buen lugar con sus hijos, pero si algo le trae satisfacción en su vida es ver el título que confirma que sabe costurar.

Renunció a ser trabajadora del hogar y se empleó en una empresa de costura “de esas clandestinas” que no pagan beneficios, ni seguro médico, menos el sueldo mínimo.

Llegó la pandemia este año, el dueño de esa empresa viajó y hasta ahora no sabe de él. Los primeros meses sobrevivieron con el sueldo que le quedaba, pues ella es experta en administrar cada centavo que le llega, la pobreza la hizo así.

María a la fecha adeuda siete meses de alquiler, que sumados dan casi tres mil bolivianos y para pagarlos, al menos debería usar dos sueldos de su anterior trabajo. Sus hijos lograron asistir a clases virtuales de forma esporádica, pues entre priorizar en comida y una tarjeta telefónica no tuvo mucho que pensar.

Para ella el 25 de diciembre no será Navidad, pues asegura que sin un regalo para sus pequeños es mejor ni acordarse. Pero lo que realmente más cala en su interior es obligar a su hijo mayor a salir en busca de trabajo.

¿El bono de mil bolivianos le sirve? Le preguntó, a lo que ella responde con algo de apuro, “al pobre todo le sirve, aunque yo le pido a Diosito un trabajo”.

Madres reclaman no ser beneficiarias del bono

La agrupación de «Madre Sin Techo», de la ciudad de Tarija salió el jueves pasado en una marcha en demanda para ser incluidas entre las beneficiarias del Bono Contra el Hambre de 1.000 bolivianos, después de enterarse de que el Decreto reglamentario 4392, emitido por el presidente Luis Arce, excluye de este pago a quienes ya recibieron el Bono Familia.

Si son beneficiarias las personas que cumplen los requisitos del bono universal – no tener dependencia laboral –, y también aquellas personas que son aportantes independientes al sistema de AFP.

Se estima que el bono llegue a unos cuatro millones de personas en todo el país.

Fuente: elpais.bo

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